Una suave brisa de viento agitó los enormes árboles al
tiempo que dos figuras llegaban al linde del bosque. Apenas hacía unos minutos
que había amanecido, y el olor a rocío y a humedad persistían en el ambiente.
Una de las dos figuras era un niño de unos
diez años. Unas preciosas y voluminosas alas blancas adornaban su espalda. Nacían
a la altura de los omoplatos y se mantenían encogidas tras de él.
La curiosidad cruzaba la cara del pequeño que miraba de
un lado a otro, mientras contemplaba la majestuosidad de Bosque Grande. Una
cara pálida y menuda, que hacía juego con un cuerpo esquelético y de hombros
encogidos. Sin embargo, su rostro era bello. Tan bello que desentonaba al
primer golpe de vista en un cuerpo tan escuálido.
La figura que estaba a su lado era la de su padre, el rey
de los Yelou. Los años le habían sentado bien a Rasllew, y ahora se mostraba
fuerte y robusto. Con el paso de los años había ganado cuerpo, pero seguía
estando en forma. Los músculos que había ganado al lado del Señor Chiflú
estaban más definidos. La figura del rey se alzaba impresionante comparada con
el diminuto cuerpo de su hijo.
Rasllew se tapó la boca con su mano derecha para
disimular un bostezo. Tiritó un poco. Tal vez debería haber cogido algo más de
abrigo, ya que a aquellas horas el bosque era frío.
La
temperatura no parecía ser un problema para el pequeño, que corría mientras se
internaban en lo más profundo del bosque. El niño sonreía de oreja a oreja
mientras brincaba de un lado a otro, llamaba la atención de su padre para
mostrarle abruptas raíces que salían del suelo o escalaba por los numerosos
nudos de los troncos.
Con un rápido movimiento, un diminuto animalejo de cuatro
patas y una enorme cola salió de detrás de una raíz a solo un metro del
heredero al trono. El pequeño dio un respingo ante la súbita aparición del
intruso y cayó al suelo de espaldas.
Rasllew se inclinó hacia delante y puso sus músculos en
tensión para hacer frente al peligro. Instantes después se relajó, pues había
identificado al intruso. Era un Artio, una de las especies más comunes en
Bastur, y una de las más inofensivas.
No sólo Rasllew lo reconoció.
Su hijo había cambiado su cara de asombro por una sonrisa maliciosa y, con
rápidos movimientos, se había puesto en pie e intentaba capturar al animal. El
pobre Artio huía de forma precipitada, buscando un lugar para ponerse a salvo
mientras sus diminutas patas resbalaban por el césped mojado. El niño corrió
todo lo que pudo y le cerró el paso. El animal estaba acorralado. Fue entonces cuando
advirtió la presencia de Rasllew. El Artio corrió a refugiarse bajo la
protección de su rey. En unas cortas y rápidas zancadas se plantó a los pies de
éste, y trepó por su pantalón, dio dos zancadas en su espalda y finalmente se
posó en su hombro.
El niño había contemplado la escena con asombro a la vez
que corría hasta su padre. En ese momento se mantenía quieto a escasos dos
metros de distancia, con la respiración entrecortada, y lanzaba una mirada de
enfado al animalito.
— Déjalo bajar —chilló el pequeño con el ceño fruncido—,
estábamos jugando —se justificó después.
El animal acercó el hocico al oído del rey y emitió unos
sonidos propios de su especie. Rasllew contempló los ojitos del Artio y luego
se volvió hacia su hijo.
— Para él no es un juego, le das miedo— el rey hablaba con
voz calmada.
— Pero yo estoy jugando —lanzó una patada al aire—,
explícaselo— el niño estaba al borde del llanto cuando señaló al animal.
El rey se estaba empezando a cansar del carácter de su
hijo. Siempre se comportaba igual cuando algo no salía como él esperaba. Hasta
hacía unos meses lo había achacado a que era hijo único y, además, de la
realeza. Había estado mimado por todos y cada uno de los miembros que componían
el poblado de los Yelou. Sin embargo, llevaba tiempo sospechando que aquello
podría ser algo más. El comportamiento del niño había ido a peor en los últimos
meses y algunos de los lugareños ya empezaban a alejarse del pequeño. Se estaba
extendiendo la creencia de que era un niño enfermizo y que algo no funcionaba
bien en su interior. Los otros niños del poblado habían dejado de jugar con él,
lo esquivaban y rehuían su compañía. Y su aspecto exterior no contribuía en
nada con todo aquello. El hijo del rey estaba escuálido y unas enormes ojeras
surcaban su rostro. Rasllew temía que llegase a ser rechazado del todo.
— Piensa que eres quince veces más grande que él— Rasllew
hincó una rodilla en el suelo para estar a la altura de hijo—. Si un gigante te
persiguiese por todo Bastur también te daría miedo, ¿Verdad?
Miró a su hijo esperando haberle hecho entender la
situación correctamente. El niño el pequeño se abrazó a sí mismo y miró su
alrededor con intranquilidad.
—
Pero no va a venir ningún monstruo, ¿No?
— No— respondió su padre mientras
una sonrisa aparecía en su boca al ver el miedo reflejado en la cara de su
hijo— No va a venir ningún monstruo a por ti mientras yo esté aquí.
Al pequeño pareció gustarle la respuesta porque sonrió,
se irguió y cambió de tema.
— ¿Desde cuando sabes hablar con los animales?
— Todos los Yelou sabemos comunicarnos con los animales
que habitan en Bastur, sólo es cuestión de saber escuchar. Y como yo soy el rey
de los Yelou, y por lo tanto el rey de Bastur, también soy el rey de todos los
animales. Ellos me reconocen como tal, por eso vienen a que les dé protección
cuando la necesitan.
— ¿Y te hablan en idioma “alimanil”?
— Se dice idioma animal— lo corrigió su padre poniéndole
una mano en la cabeza y frotándole el pelo—. No, cada animal emite sus propios
sonidos pero a mí cabeza llega una interpretación de sus pensamientos.
— ¡Vaya!— se sorprendió el niño—. ¿Y si les mandas hacer
algo, te tienen que obedecer?
— Si que deben de hacerlo, puesto que soy su rey y están
obligados. Pero nunca le he pedido nada a un animal, un buen rey debe de
intentar mantener su reino sin depender de ayudas externas.
Enfatizó estas últimas palabras para intentar que esa
lección se quedara grabada en la mente de su hijo. De un tiempo a esta parte
una preocupación había asolado su mente. Se había empezado a preocupar en
sobremanera de qué pasaría cuando su hijo tomase posesión del reino. No quería
que su distanciamiento con el pueblo y su forma de actuar fuesen a peor, por
eso trataba de aleccionarlo todos los días e intentaba que aprendiese a ser un
buen rey en el futuro.
— ¿Cuándo podré hablar yo con los animales?— las miradas
de ambos se cruzaron, la del niño con ilusión ante una respuesta satisfactoria,
la del adulto con preocupación ante la falta de paciencia de su hijo.
— Iriorasllew— el niño bajó la cabeza, su padre siempre
lo llamaba por su nombre cuando iba a darle una reprimenda—, eres muy pequeño
para poder hablar con los animales. Antes debes de tener algo que decirles. No
tengas prisa.
— Pero…
— No quiero escuchar un solo pero— lo detuvo a la vez que
utilizaba el dedo índice para enfatizar sus palabras—. No quiero que repliques,
porque sino, nos volvemos al castillo y no te enseño lo que hemos venido a ver.
El niño reprimió una segunda queja. Se dio la vuelta y,
resignado, continuó caminando. Rasllew se mostró contento al haber detenido el
principio de uno de los famosos ataques de su hijo. Esos ataques comenzaban
cuando alguien le llevaba la contraría. El niño se empecinaba tanto, que el
cabreo lo hacía volverse loco de furia hasta que se desmayaba. Rasllew y Zaluka
habían intentado mantenerlos en secreto, pero Iriorasllew sufrió uno de esos
ataques durante un acto real y todo Bastur pudo verlo. Desde entonces los
rumores habían estallado. Algunos decían que el niño estaba poseído, otros que
era el castigo de Dios por haber realizado una mezcla de especies, y había
algunos que proclamaban que el heredero al trono estaba gravemente enfermo.
Continuaron caminando por entre las gigantes raíces que
salían del suelo en los senderos de Bosque Grande. Iriorasllew se mantenía a
unos metros de su padre mientras volvía a jugar con todo lo que se encontraba a
su paso. A Rasllew no le gustaba que su hijo se alejase tanto, le hubiese
gustado que se mantuviese a su lado y que caminase erguido mientras mantenían
una charla seria. Pero no podía esperar eso de él, al fin y al cabo era un
niño. No podía pretender cambiar su esencia, los niños hacen travesuras, desobedecen
y se alejan. Básicamente se equivocan en muchas de sus decisiones, en eso
consistía aprender, puesto que son los errores en esas decisiones los que les
hacen madurar. Pero Rasllew quería atajar esos errores, porque eran esos
errores los que le provocaban los ataques de rabia.
Divagaba en sus pensamientos cuando advirtió la presencia
de una bandada de pájaros blancos posados en el suelo, en un claro del bosque.
Los reflejos le fallaron porque no pudo reaccionar a tiempo y el pequeño
Iriorasllew comenzó a correr hacia ellos. En unas zancadas llegó a la altura de
los pájaros, éstos echaron a volar y se alejaron precipitadamente. El batir de
decenas de alas rompió la quietud del bosque. Los pájaros blancos se alejaron
del suelo dejando a su paso unas cuantas plumas que caían al suelo con un
movimiento arrítmico.
Aquello le recordó a Rasllew su entrenamiento con el
Señor Chiflú, le recordó todos los días que había pasado fijándose en el
movimiento de la pluma cayendo hasta el suelo mientras intentaba cortarla de un
solo golpe de espada.
En el
claro, Iriorasllew batió sus propias alas e intentó volar tras los pájaros. Las
batió con toda la energía que pudo, aunque, pese a su menudo cuerpo, no se
elevó ni un centímetro del suelo.
Rasllew vio a su propio hijo como un animal que no encaja
en ninguna manada. Los niños de Bastur lo encontraban diferente por sus alas,
los pájaros huían de él porque era demasiado parecido a los Yelou. Rasllew
pensó que tal vez su hijo simplemente estaba tratando de encontrar su lugar en
el mundo.
Se acercó al pequeño que se mantenía inmóvil en el mismo
lugar en el que había intentado echar a volar. Se acercó por detrás y cuando
llegó a su altura se dio cuenta de que los hombros se le movían a un ritmo
desacompasado mientras sollozaba.
— ¿Cuándo podré volar como ellos?— señaló a los pájaros
que ahora danzaban entre las ramas de los árboles a muchos metros de altura.
— Iriorasllew, ya te he dicho otras veces que eres muy
pequeño para poder volar— apoyó una mano en su hombro.
—
Pero mamá puede volar— las lágrimas frotaban con
fuerza de sus ojos.
El niño
comenzó a temblar y una sombra cruzó el rostro del rey. Era el inicio de un
ataque.
— Ella es mayor— Rasllew habló con toda la dulzura que
pudo—. Debes de aprender a esperar.
Las palabras de su padre, en lugar de actuar como un
calmante, actuaron como detonante. Los cables que cruzaban la cabeza del
pequeño hicieron contacto y algo en su interior estalló. Las manos comenzaron a
temblarle de forma desmesurada, la mandíbula se le encajó y cerró los ojos con
fuerza a la vez que unas tremendas convulsiones recorrían su cuerpo.
Rasllew sabía que era el momento de actuar, sabía que, o
detenía el ataque ahora, o debería de llevar al niño al poblado desmayado y en
busca del médico. No se lo pensó dos veces.
Con un ágil movimiento se colocó de rodillas delante del
niño, lo agarró bien fuerte por los hombros mientras clavaba los ojos en los
suyos. Advirtió que en la mirada de su hijo no había ni rastro de cordura, sus
ojos flotaban en sus cuencas mientras buscaban la nada. Rasllew sabía a la
perfección lo que debía de hacer. Levantó la mano derecha a la altura de la
cara de su hijo y pidió perdón al cielo un instante antes de golpear al pequeño
con la mano abierta en las mejillas tres veces seguidas. Las bofetadas fueron
tan brutales que en escasos segundos coloraron las mejillas de Iriorasllew.
El rey buscaba y rebuscaba en la cara de su hijo algún
signo de mejoría. Momentos después, se relajó al ver que en los ojos de su hijo
aparecía un brillo de cordura. La mirada del pequeño recorrió el bosque sin
reconocer nada, estaba completamente desorientado. De repente sus ojos se
cruzaron con los de su padre, el niño pestañeó un par de veces antes de
lanzarse a sus brazos.
Rasllew le devolvió el abrazo mientras le acariciaba la
cabeza con gran cariño. Iriorasllew temblaba como un flan y su respiración era
entrecortada. Poco a poco el niño dejó de temblar y la rigidez con la que había
abrazado a su padre se extinguió. Rasllew suspiró de alivio.
— ¿Me ha vuelto a pasar? —preguntó el niño con la voz
quebrada.
Rasllew notó como los temblores volvían a recorrer al
pequeño, pero esta vez temblaba de miedo ante lo desconocido. El padre pensó en
mentir a su hijo, pensó en decirle que no había pasado nada, pensó que si le
decía una mentira, si actuaba como si nada hubiese pasado, las cosas podrían
volver a ser como antes de los ataques. Pero sabía que no era así.
— Si —la voz del rey también se quebró.
— ¿Por qué me pasa esto? —la voz del niño era seria y
firme.
Rasllew pensó que su hijo mostraba su versión más madura
los momentos después a sufrir un ataque. Quería pensar que ése era su verdadero
hijo y que poco a poco iría mostrándose así más a menudo. Pero se engañaba a sí
mismo, si su hijo se mostraba más maduro después de los ataques era porque el
miedo lo atenazaba, y nadie se muestra irrespetuoso ante el miedo.
— No lo sé —abrazó con más fuerza a su hijo.
— ¿Me va a pasar algo malo? —el niño no había dejado de
temblar.
— Nada malo va a pasarte mientras yo esté aquí contigo.
Divisaban ya el linde del bosque, el ataque había quedado
olvidado en la mente del pequeño que corría de un lado a otro, y volvía a jugar
con todo lo que se encontraba a su paso. No obstante, no había desaparecido de
la mente de Rasllew. Este tenía muy pendientes en su cabeza los ataques de su
hijo.
Recorrieron los últimos metros y llegaron por fin al
lugar donde el bosque finalizaba y daba paso a un terreno llano y libre de
maleza. Cuando la sombra del último árbol dejó de protegerlos, un cálido sol
los bañó. Sintieron que su piel agradecía el calor del astro rey después de
haber caminado por una zona tan húmeda y sombreada.
Iriorasllew miró de un lado a otro y se quedó despagado
al no encontrar nada con lo que jugar en ese nuevo terreno. Su mente daba
vueltas pensando en una forma de divertirse en aquel lugar. No tuvo tiempo de
pensar demasiado ya que su padre se distanció unos cincuenta metros del linde
del bosque y se sentó en el césped.
— Ven aquí, hijo —Rasllew palmeó la zona de césped que
había a su lado invitando a su hijo a sentarse.
El pequeño caminó hasta su padre y sentó, obediente.
— Ya hemos llegado.
— ¿Es aquí? —el niño miraba de un lado a otro sin saber
qué buscaba.
— Sí, aquí es. Te prometí que te iba a enseñar tus
orígenes y este es el mejor lugar para comenzar.
Iriorasllew volvió a mirar a su alrededor, recorrió con
la mirada Bosque Grande, sus copas, sus troncos, sus raíces, y luego miró el
claro, llano como ningún otro lugar en Bastur y desprovisto de árboles o
arbustos.
— Yo no veo nada.
— Para mí este es el lugar más importante de Bastur,
porque es aquí exactamente donde tu madre y yo nos dimos nuestro primer beso
—las mejillas de Rasllew se sonrojaron de una forma casi inapreciable—. En este
punto se colocó la primera piedra para que tú nacieses.
Durante unos instantes recordó aquel día, el vello de la
piel de sus brazos se erizó a la vez que su mente paseaba por aquel encuentro.
Una sonrisa se dibujó en su rostro. Apenas tuvo que esforzarse para relatar el
tramo de su vida desde que vivía en la tierra hasta que se encontró por primera
vez con Zaluka, pasando por el desafortunado encuentro con los Sephal.
Al terminar el relato su hijo lo miraba boquiabierto, era
la primera vez que le contaba aquella historia al pequeño.
— ¿Los Sephal eran muy malos? —Iriorasllew lo miraba con
unos ojos curiosos—. Un niño de clase dice que sus padres antes eran Sephal,
pero ahora son Yelou y son buenos.
Al rey no le sorprendió que aquella parte de la historia
fuese la que más le había sorprendido a su hijo. Con un gesto despreocupado se
rascó en la nariz y carraspeó.
— A veces se me olvida que tú nunca los conociste. Para
los niños que nacisteis después de la reconquista, los Sephal son motivo de
celebración. Cada año celebramos la fiesta en honor a la reconquista, cómo la
semana que viene, que se cumplen diez años de aquello. Creo que por eso asociáis
su nombre con los festejos y las celebraciones, pero los Sephal eran diabólicos
y vertieron mucha sangre sobre Bastur —hizo una pausa—. Pero no quiero que
recuerdes sólo esa parte de la historia, quiero que recuerdes la historia en su
conjunto. Durante la mañana de hoy visitaremos varios lugares para que te hagas
una idea de lo que sucedió realmente.
— ¿Y mamá vivía aquí? —el pequeño habló mientras su mano
derecha jugueteaba con una brizna de hierba.
— Si, tu madre pasó su infancia en las copas de estos
árboles, en Bosque Grande. Ese era el territorio de los Furtin, tu madre junto
con tus dos abuelos, Llacer y Keiro, vivió aquí durante muchos años. Antes de
la aparición de los Sephal este bosque estaba poblado por muchas familias
Furtin. Esas familias moraban en armonía con el resto de especies de Bastur.
Pero la llegada de los Sephal cambió todo. Ellos mataron a casi todos los
Furtin en “La guerra del fin”, por suerte para nosotros no los destruyeron a
todos —griñó un ojo a su hijo, pero éste apenas entendió ese gestor de
complicidad.
— ¿Todos los Furtin tenían alas como las de mamá, los
abuelos y las mías? —Dejó de jugar con la brizna de hierba unos instantes para mirar
directamente a los ojos de su padre.
— Sí, los Frutin eran los reyes del cielo en aquella
época. Pero sólo podían volar los Furtin mayores, los pequeños debían de
esperar a hacerse adultos para poder hacerlo —Rasllew sabía de labios de su
esposa que aquello no era así, Zaluka le había dicho que los niños Furtin
comenzaban a volar a una edad muy temprana, y que Iriorasllew ya había superado
aquella edad con creces —. Este lugar es especial no solo por lo que aquí
sucedió, también lo es porque es aquí donde termina el reino de los Furtin y
comienza el reino de los Yelou. Es en este punto donde se unen las dos razas,
este lugar es exactamente igual que tú. La unión de los Furtin y los Yelou.
— Los demás niños dicen que soy raro —Lanzó la brizna de
hierba lo más lejos que pudo y agachó la cabeza avergonzado mientras miraba de
reojo la punta de sus alas blancas.
— No eres raro, eres especial. Y a lo largo de la mañana
de hoy te lo voy a demostrar, ¿Me acompañas? —Rasllew se puso en pie de un
salto y le tendió la mano al pequeño para que se levantase. Éste aceptó, y el
rey tiró de él con tanta fuerza que lo alzó en el aire—. ¡Trionex ven!
El sol estaba ya bastante alto cuando llegaron a la
segunda parada de su viaje. El trayecto no era largo pero, como no tenían
prisa, el rey decidió dar un pequeño rodeo y disfrutar de la brisa marina. Durante
el vuelo sobre las playas saludaron a muchos de los pescadores que en ella se
encontraban. Bastur no era una ciudad tan grande y Rasllew conocía a todos sus
habitantes. Los pescadores se alertaban los unos a los otros para que todos
mirasen al cielo y pudiesen saludar al rey.
El Trionex de Rasllew aterrizó en unas pequeñas colinas
con la suavidad a la que lo tenía acostumbrado. El primero en desmontar fue el
pequeño, con unos torpes movimientos pasó la pierna derecha al otro lado del
lomo y saltó al suelo. Daba la sensación de que el enclenque Iriorasllew se
podía romper en cualquier movimiento. Momentos después desmontó su padre, con
movimientos gráciles y precisos. Una vez en el suelo palmeó el cuello del
animal y le rascó encima de la oreja izquierda.
— Nos vemos luego, no te alejes mucho —despidió al
Trionex con una sonrisa, por toda respuesta, el animal volvió la cabeza y lo
miró, a continuación echó a volar.
Cuando se volvió hacia su hijo lo encontró reconociendo
el terreno. No se movía del sitio pero sus ojos escudriñaban todo a su
alrededor. Se posaban en las verdes colinas tapizadas con un manto de verde
césped, en las lejanas montañas del horizonte y en cada uno de los pájaros que
los sobrevolaban. No había nada que se escapase a su mirada, o quizás sí.
— ¿No encuentras nada diferente en este lugar? —miraba a
su hijo con una medio sonrisa en los labios. Lo miraba como la persona que
estaba esperando que su interlocutor diese con la solución de una adivinanza.
— No lo sé.
— Fíjate bien.
Iriorasllew volvió a pasear la mirada por las verde
colinas que los rodeaban, pero no encontró nada en especial. Simplemente eran
unas elevaciones de terreno recubiertas por una capa de hierba verde. El niño
se encogió de hombros.
— Yo no veo nada. Creo que este lugar es igual que el
primero que hemos visitado, no hay nada pero ahora me contarás la historia de
porqué estamos aquí —miró a su padre buscando su aprobación.
— Te equivocas, en este lugar hay muchas más cosas de las
que crees.
Rasllew
comenzó a caminar con paso firme, andaba como si estuviese contando sus pasos.
Fijaba la vista en el suelo intentando distinguir algo entre las briznas de
hierba que poblaban el suelo. Finalmente encontró lo que buscaba, se agachó y
cogió algo del suelo. Era un pequeño trozo de cuerda.
—
Afortunadamente para los Yelou, los Sephal le prestaron la misma atención a
estas colinas que la que les acabas de mostrar tú —mientras hablaba estiró de
la cuerda y levantó un trozo de suelo.
Pero no
era un trozo de suelo normal y corriente. Era una moqueta hecha de forma
artesanal para que se camuflase con el césped. La moqueta cubría la entrada a
un agujero en el suelo.
Nada
más retirar la moqueta de suelo, un olor a humedad salió del interior del
agujero e inundó la nariz de Rasllew. Aquellos agujeros llevaban diez años
cerrados, de modo que la falta de ventilación había hecho que ese repugnante
olor a humedad los invadiese.
— En
estos agujeros fue donde se escondieron los Yelou de las garras de los Sephal
durante muchos años —el rey señaló el orificio.
Iriorasllew
se acercó con paso dubitativo y se asomó al agujero con vacilación. Era como si
esperase que un monstruo saliese de la cueva en cualquier momento y lo atrapara.
—
¿Vivían hay dentro? —arrugó la nariz al decir aquello—. ¿Por qué no vivían en
el castillo?
— En
aquella época los Yelou no podían vivir en el castillo real. Los Sephal, que
los superaban en número, los perseguían y los mataban. Tuvieron que vivir
escondidos hasta que se hicieron lo suficientemente fuertes para vencerlos.
— Pero
fuiste tú el que los venció, ellos no hicieron nada. Nos lo han contado en la
escuela.
— Eso
no fue así exactamente. Los Yelou lucharon mientras quedaba algo por lo que
luchar. Pero tenían familiar a las que proteger. Creo que si yo te hubiese tenido
a ti en aquella época, no habría luchado tampoco.
Hasta
ese momento nunca se le había ocurrido pensar en qué habría hecho si en la
época que todos los Yelou abandonaron Bastur, él hubiese tenido un hijo al que
cuidar. Desde siempre había sentido una sensación de abandono en aquellos días.
Sentía que los Yelou lo habían dejado solo. Pero ahora, después de tener a su
propio hijo en sus brazos, se dijo que él hubiese hecho lo mismo. Hubiese
buscado una salida y hubiese vuelto a la tierra para que hijo creciese lejos de
los Sephal.
El rey
soltó la cuerda que mantenía la moqueta levantada, y ésta cayó con un ruido
sordo y levantando una nube de polvo a su alrededor.
— Pero
no era este agujero el que te quería mostrar —giró sobre sus talones y echó a
andar en dirección noreste—, ven conmigo.
Rasllew
caminaba con paso firme y su hijo lo seguía a solo un metro de distancia. El
niño tenía curiosidad por lo que le iba a enseñar su padre, puesto que no se
entretuvo correteando como era habitual en él. Finalmente llegaron a un lugar
en el que el rey se detuvo.
Hubo un
agradable silencio e instantes después Rasllew se agachó y con unos hábiles
dedos cogió el extremo de otra cuerda. De un fuerte tirón retiró la moqueta y
dejó al descubierto la entrada a un agujero exactamente igual que el que habían
visto unos momentos antes.
Para
sorpresa de Iriorasllew de este agujero no brotó un apestoso olor a humedad,
todo lo contrario, ese agujero olía a piedra de fuego usada muy recientemente.
—
Alguien ha estado aquí hace poco —susurró el niño a su padre mientras se
estremecía.
— Lo sé
—dicho eso, Rasllew entró en agujero y se perdió en su interior, momentos
después asomó la cabeza por la abertura—. He sido yo el que ha estado aquí,
vengo a menudo. Esta era la cueva de mi padre, tu abuelo.
Dicho
eso se volvió a perder en el interior del agujero. El niño dudó pero finalmente
lo siguió. En el interior estaba todo a oscuras, tardó unos momentos pero, poco
a poco, los ojos se le fueron acostumbrando a la oscuridad. Distinguió la figura
de su padre unos metros más adelante, podía ver como manejaba algo entre sus
manos. Escuchó unos chasquidos y unos segundos después unas piedras de fuego
iluminaron la estancia.
La luz
tenue ondulaba en las paredes de la cueva mientras las pupilas del niño se
adaptaban a las nuevas condiciones. Una vez que eso sucedió, dio un rápido
vistazo a su alrededor y comprobó que la estancia estaba vacía. Dentro no había
ni un solo mueble, ni una simple silla.
— Está
todo vacío —su voz retumbó por la estancia vacía y tardó más de lo normal en
apagarse.
—
Cuando reconquistamos Bastur usamos el mobiliario de estas cuevas para las
casas de la ciudad. Aquí ya no queda nada, mejor dicho, ya no queda casi nada.
Ven, tengo algo que enseñarte.
Le
tendió una mano a su hijo, y cuando este la agarró, lo condujo al fondo de la
estancia. Pasaron por una abertura y llegaron a lo que hacía años había sido el
dormitorio. Rasllew recordó haber dormido en aquella estancia. Ahora ya no
había casi de nada en ella, la cama había desaparecido y también la alfombra.
Los elementos decorativos de las paredes habían sido trasladados a la ciudad
también, no obstante sí que había algo. En el fondo de la habitación continuaba
estando el baúl con las pertenencias de Nézago. Rasllew había ordenado que no
se tocase aquel elemento para poder volver a aquel lugar a leer los diarios de
su padre.
Durante
años había leído y releído los diarios. Mediante aquellas palabras lo había
llegado a conocer perfectamente. Cuando se enfrentaba a algún problema le
gustaba visitar aquella sala y releer aquellos diarios. Era lo más cerca que
lograría estar de él. Algunas veces, al salir al exterior después de estar
leyendo, se daba cuenta de que se le había echado de noche encima.
Rasllew
se aproximó al baúl y lo abrió haciendo rechinar las bisagras. La gruesa tapa
cayó pesadamente hacia atrás cuando la soltó.
— Aquí
se encuentran los diarios de tu abuelo Nézago —Rasllew le hizo un ademán a su
hijo para que se acercase—. Me gustaría que los leyeses. En ellos encontrarás
mucha sabiduría, pero también descubrirás que él también tenía temores e
inquietudes. Léelos con respeto porque son las intimidades de un hombre sabio y
respetable.
Iriorasllew
había entendido perfectamente la responsabilidad que su padre le estaba exigiendo
con aquellos diarios, se dijo a sí mismo que los trataría con el más absoluto
respeto. Movió la cabeza afirmativamente y con los labios apretados.
— Hoy
nos llevaremos el primero de todos, cuando termines su lectura me lo dices y yo
te traeré el siguiente, ¿De acuerdo? —el niño volvió a asentir—. Puedes empezar
ahora mismo si quieres.
El rey
extrajo del bolsillo un par de piedras de fuego, las entrechocó y las dejó en
el suelo. Momentos después el dormitorio se iluminó con una luz anaranjada.
Después rebuscó en el baúl y extrajo de él un diario. Dio media vuelta y se lo
tendió a su hijo.
El niño
lo tomó entre sus manos con impaciencia y lo abrió por la primera página.
Rasllew se alegró de que en la escuela les enseñasen a leer y escribir en
castellano, además de en bree, ya que los diarios de su padre estaban escritos
en la lengua de la tierra. Los Yelou se habían encontrado muy perdidos en su
estancia en la tierra y decidieron que era una buena medida por si alguna vez
debían de volver a refugiarse allí. Además, el último grupo que regresó a
Bastur proveniente de la tierra poseía entre sus filas a un profesor de lengua
castellana, lo cual hizo que todo fuese más sencillo.
Rasllew
estuvo un par de minutos observando a su hijo mientras leía. Al niño le costaba
bastante avanzar ya que, aunque sabía leer en castellano, no era el lenguaje
que estaba acostumbrado a utilizar. Iriorasllew movía los labios sin emitir
sonido alguno mientras iba descifrando las palabras. Decidió dejarlo solo para
que leyese más cómodamente, así que se trasladó a la estancia de al lado con
sigilo.
Ya allí
la recorrió de un solo vistazo, verdaderamente la estancia estaba vacía. Ni un
solo adorno coronaba las paredes. Rasllew se paseó la sala pero al no encontrar
nada de interés salió al exterior.
Los
ojos le escocieron al exponerlos directamente a la luz del sol después de haber
estado en un lugar tan oscuro. Mientras las pupilas se le acostumbraban a la
nueva iluminación, comenzó a caminar por lo que había sido el refugio de los
Yelou. Se alegró de haberlos sacado de allí, sus condiciones de vida eran mucho
mejores en la actualidad. Pensó en lo mucho que había cambiado todo desde la
reconquista.
La
ciudad de Bastur, así era cómo habían decidido llamar al asentamiento de los
Yelou, prosperaba con celeridad. Las tareas de reconstrucción hacía años que
habían terminado, los constructores habían realizado un excelente trabajo y,
ahora, la ciudad se mostraba esplendida.
Ly, su
leal escudero, que había estado a su lado en los peores momentos de la
reconquista de Bastur, poco a poco había dejado a Rasllew asumir más
responsabilidades en la reconstrucción. En la actualidad, ambos formaban una
dupla que se preocupaba por el buen funcionamiento de la ciudad. Trabajaban día
a día por que cada cual tuviese una tarea asignada y todo funcionase
correctamente.
Hacía
ya siete años que explotaban una mina de bronce, con el cual fabricaban la
moneda local. Este tema llevó muchos quebraderos de cabeza tanto al rey como al
escudero, pero finalmente idearon un sistema de valoración de monedas que
estaba funcionando muy bien.
Los
habitantes de Bastur habían prosperado de tal manera que comenzaban a pensar en
su ocio y tiempo libre. Varias tabernas ocupaban su lugar dentro de la ciudad.
En ellas la cerveza y la música corría a tragos largos. Y era por ello que la
guardia de la ciudad, comandada por Iriogero, había tenido más trabajo en los
últimos tiempos.
Pese a
que Rasllew no terminaba de aprobarlo, también habían abierto un prostíbulo. En
primer lugar se abrió clandestinamente y el rey ordenó a la guardia que
intentase impedir ese tipo de prácticas en la ciudad. Sin embargo, al poco
tiempo Rasllew se dio cuenta de que era algo contra lo que no podía luchar.
Cuando cogían a alguien realizando esta práctica, el individuo se escudaba en
que no estaba pagando por ello. Puso a Iriogero al mando de una patrulla
dedicada a atrapar a los hombres cuando pagaban por el sexo, pero al parecer,
estos habían ideado un sistema de pagos muy discreto. Finalmente, Rasllew decidió
hacer la vista gorda mientras el asunto no fuese a mayores.
Se dio
cuenta de que la memoria de la gente era muy corta. Y que el agradecimiento
incondicional que le habían brindado los primeros años a causa de la
reconquista, había quedado ya a un lado. Los habitantes de Bastur se habían
acostumbrado a la seguridad de la ciudad y comenzaban a mirar por sus propios
intereses. El ambiente de calma era salpicado, de vez en cuando, por alguna
trifulca. Y, no pocas veces en los últimos años, la guardia había tenido que
intervenir en más de una pelea. Rasllew había tenido que encarcelar a dos
presos en estos diez años. El primero de ellos por robar en el mercado
municipal. El hombre era un grajero al que se le había echado a perder la
cosecha, y en lugar de pedir ayuda al rey, había estado robando para dar de
comer a su familia. Rasllew lo condenó a medio año de cárcel y procuró que su
familia estuviese bien alimentada durante ese tiempo. El segundo caso había
sido más grave. Una mujer estaba cometiendo adulterio cuando su marido llegó a
casa. El esposo había matado al hombre que se estaba beneficiando a su mujer y
luego la mató a ella. Este hombre todavía estaba en prisión. Llevaba ya tres
años allí y Rasllew no sabía qué hacer con él.
De
pronto sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de un grito, un
grito que provenía de dentro de la cueva de su padre. Era Iriorasllew.
Se
movió todo lo rápido que pudo, con un ágil movimiento giró sobre sus talones y
corrió hasta la entrada de la cueva. ¿Habría entrado alguien sin que él se
diese cuenta? Era poco probable. Cuando llegó a la entrada de la cueva y estaba
a punto de lanzarse al interior, se detuvo de golpe con reflejos felinos. Casi
choca contra su hijo, que en ese instante cruzaba la entrada a la cueva a toda
velocidad. El pequeño mostraba una cara de miedo como nunca lo había hecho. El
terror se reflejaba en su rostro, los ojos estaban a punto de salírsele de las
orbitas y la boca la mantenía entreabierta.
El niño
se lanzó directamente hacia su padre y se agarró con todas sus fuerzas a su
pierna derecha. Se mantenía agarrado a su pernera como si su vida dependiese de
ello. Sus manos asían con tanta fuerza el muslo de Rasllew, que le estaba
clavando las uñas.
— ¿Qué
ocurre?
Rasllew
se preocupó por que a su hijo le diese uno de sus ataques, pero aquellos
síntomas no eran los mismos. El niño tiritaba de miedo mientras repetía una y
otra vez la misma frase, como una melodía que nunca termina.
— Me
come la oscuridad.
— ¿Cómo
se encuentra? —Rasllew avasalló al médico una vez salió de la sala.
El
hombre lo miró a los ojos y se rascó la cabeza. A continuación pasó la mano por
sus mejillas y se frotó la barba.
—
Sinceramente —hizo una pausa—. No lo sé.
— ¿Cómo
que no lo sabe? —el rey lo agarró de la pechera con la mano derecha—. Usted es
médico.
—
Cariño, tranquilízate —la dulce voz de Zaluka sonó detrás suya.
Fue
entonces cuando Rasllew se dio cuenta de que estaba agarrando al hombre por la
pechera y lo estaba amenazando. Rápidamente lo soltó y le frotó en el pecho, en
el lugar donde lo había agarrado, para quitarle la arruga que le había
provocado.
—
Perdón —se avergonzó Rasllew.
— Yo
soy médico y he visitado al heredero muchas veces, pero no sé qué le pasa. Es
algo que se escapa a mis conocimientos.
Rasllew
se hizo a un lado para dejar que el médico se marchase. Este, agachó la cabeza
al pasar al lado del rey, caminó con premura y se perdió escaleras abajo. El
rey se volvió y dirigió la mirada a su preocupada esposa. La cara de Zaluka era
todo un poema, su ceño estaba fruncido y sus labios firmemente apretados.
Estaban
ante la puerta de los aposentos de su hijo, que se encontraban una planta por
debajo de los suyos. Zaluka permanecía postrada en un banco de madera frente a
la puerta del pequeño, mientras, Rasllew continuaba mirando al fondo del
pasillo, a las escaleras por las que se había marchado el médico.
Zaluka
se levantó y caminó pesadamente por la alfombra hasta el lugar donde se
encontraba su marido. Lo abrazó por la espalda y le dio un beso en la mejilla. Zaluca
apoyó la cabeza en su hombro y así se quedaron durante unos minutos.
— ¿Qué
crees que le pasa a nuestro hijo? —la voz de Zaluka sonó tan cerca del oído de
Rasllew que se le erizó el bello del cuello.
— No lo
sé —negó el rey.
— Tal
vez hicimos mal en romper las reglas y tener un hijo —la voz de su esposa
estaba a punto de quebrarse.
Rasllew
se deshizo de su abrazo con dulzura y se volvió, sus cuerpos estaban muy cercanos
y sus miradas se cruzaron. Se besaron. No fue un beso apasionado, sino que fue
un beso en el que ambos estaban buscando consuelo.
— Eso
no lo digas ni en broma, nos queremos y eso es lo más importante —la consoló—.
No puede ser que de algo tan bonito salga algo malo. Puede que nuestro hijo
tenga problemas, pero los superará.
— Mi
madre está convencida de que son cosas de la edad —trató de justificar ella.
— Claro
que sí. Dentro de un tiempo hablaremos de todo esto y nos reiremos de lo tontos
que fuimos al preocuparnos por algo así. Es un niño y está teniendo una
infancia difícil, eso es todo.
Las
miradas de ambos se volvieron a encontrar, al igual que sus labios. Daba la
impresión de que se estaban consolando el uno al otro, pero que ninguno de los
dos creía en lo que decía.
—
¿Quieres que entremos? —susurró ella mientras señalaba con la cabeza la puerta
de los aposentos del niño.
— Tal
vez esté durmiendo —el rey se acercó a la puerta y con un suave movimiento giró
la manivela, a continuación abrió un poco la puerta y se asomó al interior—. Sí
que lo está.
Volvió
a cerrar la puerta con el mínimo ruido posible.
— Hoy
ha sido un día duro para él, ha estado a punto de sufrir un ataque y después
esto —Zaluka negaba con la cabeza.
— Pensé
que le iría bien encontrarse con sus orígenes, que si descubría de donde venía
todo iría mejor —Rasllew se dejó caer en el banco de madera donde había
permanecido su esposa.
— Puede
que así sea, no te desanimes por lo de hoy. Iriorasllew piensa que has puesto
la luna en el cielo —ella se acercó, se sentó encima de sus rodillas y lo besó.
— Ya lo
sé, pero es que todo lo que intento con él sale mal —lanzó un suspiro.
—
Tranquilízate, vámonos a la cama. Mañana verás las cosas de otra manera.
— No,
voy a buscar a Ly. Me apetece una copa para olvidar todo esto.
Ella se
levantó con gracilidad e intentó que su marido no notase su enfado cuando
habló.
— Como
quieras —dicho eso caminó por la alfombra hasta la escalera y desapareció de la
vista de Rasllew. No sin antes volver la cabeza y lanzarle una última mirada.
Rasllew
sabía que ella se había ofendido, pero ese día no estaba de humor para
practicar sexo. Lo único que le apetecía en ese momento era ahogar sus penas en
el fondo de un vaso mientras hablaba de todo lo que había pasado con Ly.
El
tintineo de dos vasos chocando entre sí, encima de una bandeja de metal, les
anunció que sus copas ya estaban llegando. El camarero apareció a la entrada
del reservado e intentó mostrar la mejor de sus sonrisas. El hombre era de
mediana edad y no era muy alto, vestía con ropas holgadas y un sucio delantal
blanco le colgaba de la cintura. Dejó las copas en la mesa y se fue sin decir
nada.
Rasllew
y Ly habían detenido la conversación debido a la interrupción. Era estupendo
que aquella taberna tuviese un lugar reservado para conversaciones más
privadas. Rasllew siempre acudía allí cuando quería beber, le proporcionaba la
intimidad que no hubiese tenido en ninguna sala del castillo real. Además, le
animaba escuchar las risas y canciones de fondo que venían de la sala principal
de la taberna.
— Como
te estaba diciendo —Ly continuó su discurso de siempre—. El propio dios Bastur
hizo posible el nacimiento del pequeño Iriorasllew, no creo que resulte nada
malo de algo que ha bendecido nuestro dios.
Ly no
había cambiado en nada, continuaba siendo el amigo que había conocido diez años
atrás. No había perdido ni un pelo de la cabeza, tampoco le habían salido
arrugas en la cara ni patas de gallo. Rasllew pensaba que si hubiese tenido una
foto de Ly cuando lo conoció, no encontraría diferencia alguna con su amigo en
la actualidad.
Lo que
sí había cambiado eran sus vidas, en la actualidad Ly y él se ocupaban de
organizar la ciudad, aquello era muy diferente a luchar día sí, día también.
En
cuanto a su vida sentimental, Ly acababa de encontrar el amor hacía
relativamente poco tiempo. Se había casado con una de las Yelou originales, una
chica que pasó toda su infancia escondida en los agujeros del poblado. Al
parecer, a Ly siempre le había gustado pero nunca se lo había mostrado, de modo
que tuvo que ser ella quien se acercase a él a cortejarlo. Aquello había
provocado muchos comentarios graciosos en la ciudad, pero lo importante era que
estaban juntos y que ya tenían un hijo de apenas un año.
— Pero
estarás de acuerdo conmigo en que algo no funciona bien dentro de mi hijo
—Rasllew tomó la copa con su mano derecha y dio un sorbo. La fuerte bebida le
hizo poner una mueca.
— He de
reconocer que de un tiempo a esta parte está un poco raro, pero es un niño.
Tarde o temprano se le pasará —ahora fue Ly el que bebió.
— Todo
el mundo me dice lo mismo, y yo quiero creerlos, pero —hizo una pausa—, no creo
que sea así. Tal vez le estoy dando vueltas a lo mismo todo el tiempo, quizá me
haga falta despejarme y alejarme de todo por un tiempo. Quizá todo se arregle
solo.
— Creo
que es una buena idea, lo de despejarte digo —Ly dio un largo trago al vaso—.
¿Qué te apetece hacer más que nada en el mundo?
— Ya lo
sabes —Rasllew agarró el vaso con ambas manos y bebió, luego se quedó mirando
el interior de la copa con la mirada perdida mientras hablaba—. Lo que más me
gusta es luchar.
—
Puedes pasarte por la escuela de entrenamiento de la guardia de la ciudad y des-estresarte
—repuso él.
— Sabes
de sobra que eso no es lo que quiero.
— ¿Y
entonces que quieres? ¿Luchar a muerte? ¿Quieres matar a unos cuantos Yelou?
—Ly se echó hacia atrás en la silla, ya que se había ido incorporando
progresivamente mientras hablaba, hasta el punto de que casi se puso de pie.
— No
quiero eso, por supuesto que no. Pero lo echo de menos —se resignó el rey.
— A
veces no te entiendo, Rasllew —Ly se había tranquilizado y daba otro sorbo a su
vaso.
— A
veces no me entiendo a mí mismo —hizo una larga pausa mientras su mirada se
perdía en el fondo del vaso—. ¿Sabes cada cuanto tiempo me acuerdo del Señor
Chiflú? —no dejó tiempo para que su escudero contentase— A todas Horas. Le
prometí que lucharía siempre que pudiese, y me pensaba que pasaría toda la vida
luchando. Pero ya hace diez años que no combato con nadie, y eso me molesta por
que sé que he nacido para ello.
—
Siempre sales con lo del Señor Chiflú, está claro que fue una persona muy
importante en tu vida, y por eso nuestra escuela de combate lleva su nombre y
tenemos una estatua conmemorativa suya en la plaza del mercado. Pero debes de
aceptar que ahora esa no es tu misión, estamos construyendo una ciudad grande
en la que la gente está a gusto y segura. Sus hijos pueden crecer en paz, mi
hijo crecerá en paz, esa seguridad no la teníamos hace diez años. Hemos
recibido varios barcos de personas que quieren vivir bajo la protección de
nuestro reino. Estamos haciendo las cosas bien y sé que el Señor Chiflú estaría
orgulloso de ti, al igual que lo estamos todos los que te conocemos.
Las
palabras de Ly habían aplacado a Rasllew, su amigo siempre sabía darle la
vuelta a la situación cuando creía que su rey estaba equivocado. Sabía
mostrarle con su argumento que debía de cambiar de opinión.
—
Sigues siendo mi escudero —una sonrisa apareció en los labios de Rasllew, desde
que su hijo había tenido el percance, no había vuelto a sonreír. Rasllew alzó
la copa a modo de brindis.
— Y lo
seguiré siendo siempre que me quieras a tu lado —también alzó la copa, las
entrechocaron y bebieron un largo trago.
Era ya
bien entrada la madrugada cuando Rasllew volvía al castillo. Había estado
tomando copas con Ly durante un par de horas. Aunque no llegaba a estar
borracho, si que sentía un pequeño mareo en su cabeza. Entró por la puerta
trasera del castillo para evitar que la guardia de la puerta principal viese el
estado en el que se encontraba, cruzó por las cocinas y alcanzó las escaleras
que conducía a la torre de sus aposentos.
Antes
de subir a su habitación pasó por los aposentos de su hijo y comprobó que
continuaba durmiendo. Se acercó a la cama y lo miró. Dormía plácidamente, igual
que un bebé. Rasllew no sabía si era por el estado alterado de felicidad pero
por primera vez en mucho tiempo creyó verdaderamente que los traumas de su hijo
eran pasajeros y que todo se arreglaría. Finalmente besó al pequeño con mucho
cuidado en la frente y salió de la estancia.
Con
todo el sigilo que pudo entró en su habitación. Avanzaba hacia la cama mientras
se desnudaba. Primero se quitó las botas y luego la camisa, a continuación los
pantalones y la ropa interior. Caminó de puntillas hasta los pies de la cama y
contempló a Zaluka
Tirada
en la cama parecía una diosa, la sabana con la que se tapaba se le había ido
cayendo y podía contemplar su hermoso cuerpo desnudo. Sus formas eran perfectas
y esbeltas, pese al embarazo seguía teniendo una figura excelente. De repente
se movió un poco y una de las alas blancas se encogió. Rasllew se dijo a sí
mismo que era muy afortunado por poder compartir la vida con una mujer como
aquella.
Intentó
no despertarla cuando se introdujo debajo de las sábanas, se tumbó boca arriba
en el lado izquierdo de la cama y se tapó hasta la barbilla, ya que empezaba a
refrescar. De pronto, Zaluka gimió y se movió de posición.
—
¿Acabas de llegar? —preguntó aún sin abrir los ojos.
— Lo
siento —dijo Rasllew.
Ella se
desperezó y bostezó.
— No
pasa nada, sé que tú también has tenido un día duro.
Con un
suave movimiento se volvió hacia su marido y le acarició el brazo de forma
insinuante. Acercó sus labios a su oreja y le habló con suavidad y sensualidad.
— Aún
sigue en pie la propuesta de esta tarde.
Por
toda respuesta escuchó los ronquidos de un Rasllew que había bebido más de la
cuenta. Se volvió hacia su lado de la cama, malhumorada, e intentó dormir.
La
cabeza aún le daba vueltas cuando las primeras luces de la mañana se filtraban
por el enorme ventanal de sus aposentos. Suspiró y se llevó las yemas de los
dedos a las sienes, con un suave movimiento se masajeó y notó un alivio
momentáneo. Seguidamente se frotó los ojos y bostezó de forma despreocupada.
Tenía la boca seca y pastosa. Con una simple mirada descubrió que su esposa ya no
estaba a su lado en la cama. Una sensación de culpabilidad lo recorrió de
arriba abajo en aquel momento. Decidió que recompensaría a mujer esa misma
noche.
Se
levantó de forma cansina y se lavó la cara en una pila de agua en la habitación
contigua. En el camino de vuelta a su dormitorio se rascó sus partes íntimas
despreocupadamente. De repente, sus ojos se posaron en el lugar donde Cet le
colocaba la ropa planchada que debía de usar cada día, era la ropa más elegante
que poseía y eso sólo podía significar una cosa. Era primero de semana y debía
de acudir a la sala del trono a impartir justicia. Normalmente le encantaba
impartir justicia entre sus aldeanos, estos llegaban con sus peticiones,
ofrecimientos, discusiones y demás propuestas, y era Rasllew el que debía de
decidir qué hacer. Pero ese día en especial no le apetecía nada acudir. Sufría
los efectos de la resaca, quería disculparse con su esposa y también deseaba
pasar unas horas con su hijo, ya que no lo había visto desde el día anterior.
Se dijo
a sí mismo que por la tarde tendría tiempo de hacer lo que le viniera en gana,
no podía fallarle a su pueblo. Su gente esperaba a que llegase el principio de
semana para que su rey les solventase los problemas y disputas.
Salió
al pasillo exterior, saludó con un ademán a Cet, que como cada día lo esperaba
en la puerta de sus aposentos para seguirlo a cualquier parte, y se dirigió
directamente a la sala del trono. Allí se encontró con su madre, su esposa,
Iriogero, su tío Daitar y a Ly. Todos estaban conversando de forma distraída,
pero la llegada del rey hizo que callasen.
Rasllew
recibió las reverencias de Ly, Iriogero y su tío, a continuación se acercó a su
madre le deseó buenos días mientras la besaba en las mejillas. Había dejado a
su esposa para el final, pero no por casualidad. Se dirigió hacia ella con paso
firme, le dedicó la mejor de sus sonrisas, la tomó entre sus brazos y la besó
en los labios con ternura.
—
Siento lo de ayer —le susurró al oído—. ¿Qué tal está nuestro hijo?
— Hoy
se ha despertado como si nada hubiese sucedido. Ahora mismo está en la escuela.
— Me
alegro.
Conforme
fue avanzando la mañana la sala se fue llenado de gente. Había tanta gente que
requería la atención de Rasllew, que Ly tuvo que decirles a los que esperaban
su turno que lo hiciesen fuera. Rasllew atendía todas las peticiones y hacía de
juez en las disputas. Más o menos a mitad de mañana entró en la sala Fergiten
acompañado de un joven delgaducho y con el pelo largo.
Fergiten
le sonrió mientras avanzaba por la sala hasta colocarse delante del rey y
presentarle una buena reverencia, el joven que lo acompañaba hizo lo propio.
—
Saludos rey Rasllew, me alegro de verte —no sabía bien porque, pero la voz de
Fergiten siempre hacía que Rasllew recordase a su padre.
—
Saludos a ti también Fergiten, ¿Qué te trae aquí hoy?
— Hoy
he venido a hablarte del muchacho que me acompaña —tanto el rey como el propio
Fergiten dirigieron sus miradas hacia el joven, este se ruborizó al ser el
centro de atención—. Hasta ahora ha sido mi aprendiz en la herrería, sus brazos
son delgados pero se maneja muy bien en la fragua. No obstante he venido aquí
hoy a pedirte que me liberes del compromiso que adquirí con él, cuando decidí
tomarlo como aprendiz.
— ¿Por
qué motivo? —Rasllew se inclinó hacia delante en el asiento del trono.
— El
negocio no va nada bien, nadie compra una espada en tiempos de paz, y vendiendo
cubos metálicos y herramientas de trabajo no saco lo suficiente para alimentar
a este joven. De hecho apenas saco para alimentar a mi familia.
— Lo
que dices es cierto, ya nadie compra espadas.
— No
sólo espadas; ni escudos, ni puñales, ni nada de nada. Las armas son los
objetos más caros que fabrico, con ellos saco mucho dinero pero ahora ya no se
venden. Con la creación de la escuela de entrenamiento de la guardia real he
vendido bastantes armas estos últimos años, pero ahora ya tienen el armamento y
sólo me contratan cuando se les mella algún arma.
—
Tienes razón, te libero del compromiso que adquiriste con el muchacho —el rey
habló con seriedad y firmeza.
Fergiten
lanzó una mirada de disculpa al joven y se encogió de hombros, acto seguido se
marchó de la sala. El joven se quedó allí de pie, la vergüenza se lo comía por
dentro al notar que toda la sala estaba pendiente de él.
— ¿Qué
sabes hacer, chico? —Rasllew rompió el silencio reinante.
—
¿Cómo? —el muchacho se había puesto colorado.
—
Además de trabajar en la fragua, ¿Sabes hacer algo más? —el rey se empezaba a
impacientar con el joven.
—
Estaba aprendiendo el oficio de herrero, ya no sé hacer nada más, pero puedo
aprender.
— Eres
joven —la mirada de Rasllew lo recorrió de arriba abajo—, sí que podrías
aprender todavía otro oficio. Pero ahora mismo todos los puestos de aprendiz
están ocupados, vuelve dentro de unos días y veremos lo que hacemos contigo.
—
Gracias rey Rasllew —el chico se encogió de hombros decepcionado.
—
Gracias a ti… —el rey se detuvo a mitad de frase y volvió a recorrer al joven
con la mirada—. Perdona, pero no te reconozco, ¿Cómo te llamas?
— Me
llamo Iriowerak —el muchacho miró al suelo cuando dijo aquello.
—
Iriowerak —se repitió Rasllew a sí mismo—, igual
que el hombre que dio su vida por mí en el castillo del rey Soker.
Una
peculiaridad del idioma bree era que cuando un hombre se había ganado el
respeto de sus semejantes, el nombre de su primogénito comenzase por Irio,
seguido se su propio nombre. En Bastur eran muy respetadas las personas que su
nombre seguía aquellas directrices por que demostraba que sus padres habían
sido hombres valerosos y justos.
— Era
mi padre —ahora el joven miraba a Rasllew directamente a los ojos.
—
¡Vaya! —exclamó el rey—, no te había reconocido. Crecéis tan rápido que cuesta
identificaros.
Iriowerak
miró al suelo de nuevo y volvió a ponerse colorado como un tomate. El joven era
muy alto pero a la vez muy delgado. Rasllew lo escrutó y reconoció en su cara
el parecido con su padre. El muchacho había crecido mucho en muy poco tiempo. Su
rechoncha cara de niño había dejado paso a una cara afilada y huesuda de un
joven que acaba de dar el estirón. Pero aun así identificó en su rostro la cara
del hombre que había dado la vida por protegerlo en la sala del trono de los
Sephal.
— ¿Se
te dan bien los Trionex?
El
muchacho levantó la cabeza con la boca abierta, lo miraba embobado cuando
asintió con un torpe movimiento.
— En el
criadero de Trionex nos vendría bien un joven dispuesto a trabajar como tú.
¿Verdad Ly? —se volvió hacia su escudero y le guiñó un ojo.
— Claro
que sí, hoy íbamos a empezar a buscar.
— Pues
no se hable más, si lo deseas el puesto es tuyo.
El
joven se marchó de la sala mucho más feliz de lo que habría esperado. Trabajar
en el criadero de Trionex significaba trabajar para el rey, y eso a su vez
significaba que siempre tendría trabajo y que nunca dejarían de pagarle una
mensualidad. Aquello le daba a su vida una estabilidad con la que apenas había
llegado a soñar.
Por su
parte, Rasllew se quedó muy contento al haber ayudado al hijo de una persona
que dio su vida por protegerlo.
La
mañana avanzó y entraron dos hombres a la sala del trono. El primero de ellos
era muy alto y corpulento, el segundo era bajo y flacucho. El hombre más alto
mostraba un ceño fruncido, una boca firmemente apretada y caminaba decidido e
intentando no mirar al hombre que había entrado con él. El otro, sonreía como
si le acabasen de contar un chiste y miraba a su acompañante de reojo.
Rasllew
los reconoció enseguida, eran dos agricultores a los que se les habían
repartido tierras fuera de los límites de la ciudad. No recordaba el nombre del
primero de ellos, pero estaba seguro de que el más bajo se llamaba Truden y que
era conocido en la cuidad por ser un hombre muy pícaro.
Ambos
hombres se acercaron al trono y, sin mirarse, hicieron una reverencia. Rasllew
les devolvió el saludo y habló.
— ¿Qué
os trae ante mí hoy? —se inclinó hacia delante, le picaba la curiosidad.
—
Truden me ha robado una parte de mi cosecha —el hombre alto lo señaló con un dedo
acusador mientras mantenía sus ojos fijos en el rey.
— Eso
no es verdad, Togen —Truden puso los ojos en blanco—, esas tierras no eran
tuyas.
— Ni
mías ni de nadie —el hombre llamado Togen se volvió hacia su interlocutor
mientras se ponía rojo de rabia —. Pero sí que era mío lo que había plantado en
ellas. Yo labré, planté y cuidé esas tierras durante toda esta temporada.
Truden
esbozó una pícara sonrisa.
— Nadie
me dijo que aquellas verduras eran tuyas, estaban en un terreno sin dueño.
— ¡Y un
cuerno! —Togen se estaba poniendo cada vez más rojo.
— ¡Callad
un momento! —el rey tuvo que intervenir, había peligro que los campesinos
llegasen a las manos si la situación no se detenía—. No estamos en una taberna
sino en la sala del trono, aquí no se discuten las cosas, sino que se someten a
mi juicio.
Lanzó
una mirada acusadora a ambos hombres. Togen agachó la cabeza, arrepentido,
Truden hizo lo propio, pero sin perder la sonrisa de la boca.
—
Parece ser que tenéis un problema con unas tierras —el rey señaló a Togen con
la mano derecha—, habla tú primero, ya que eres la acusación.
— No
hay ningún problema de tierras, lo que pasa es…
Truden
no terminó la frase ya que, la mirada que le acaba de lanzar Rasllew por no
haber seguido el orden de palabra, le había helado la sangre. Por primera vez
desde que había entrado borró la sonrisa de su cara.
— Verá
mi rey —comenzó Togen—, mis tierras lindan con las del señor Truden, aquí
presente, pero existe una porción de terreno entre las dos tierras que no tiene
dueño. Al hacer el reparto debió de pasárseles por alto ya que el terreno
estaba en muy mal estado y lleno de malas hierbas. Durante un tiempo he estado
limpiando ese terreno para adecuarlo y que su tierra fuese fértil. Este ha sido
el primer año que he plantado en él y he obtenido frutos. Comprenderá mi enfado
cuando he descubierto que Truden me había robado mi cosecha.
Truden
dio un bufido de desdén y negó con la cabeza.
— De
acuerdo —dijo Rasllew—, es el turno de la defensa.
El bajo
y delgado hombre recuperó su sonrisa pícara antes de hablar. A Rasllew no le
gustaba esa expresión de burla hacia el resto de la sala, y menos aún entre los
muros de la sala del trono.
— Mi
defensa es simple y llana. Esos terrenos no fueron repartidos, de modo que no
son de nadie en particular, así que si una plantación aparece en ellos será
para el primero que la recoja.
En la
sala se produjo un silencio muy incómodo. Togen tenía razón en reclamar el
fruto de su trabajo, pero Truden también en sus motivos. El error en el reparto
de las tierras había sido culpa de Ly y Rasllew, cuando lo hicieron estaban muy
ocupados con otros temas y cometieron algún que otro fallo de ese tipo.
Rasllew
se rascó la barba con la mano mientras pensaba, debía de buscar una solución
justa, pero dudaba que pudiese dar con ella.
Transcurrieron
unos minutos en los que nadie dijo nada. Togen miraba al rey con el ceño
fruncido, mientras que Truden, por su parte, lo hacía con su sonrisa burlona.
— Esta
es mi decisión —un murmullo recorrió la sala—. Truden tiene razón, las tierras
no tienen dueño, de modo, que el primero que recoge sus frutos es el que se los
queda.
Togen
torció el gesto, contrariado. Por su parte, Truden miró a su colega con
superioridad. Ambos campesinos estaban a punto de volverse para marcharse
cuando Rasllew continuó hablando.
— No
obstante, hemos de solucionar el problema del reparto de las tierras, no puede
haber una parcela, por pequeña que sea, sin dueño. Por ello declaro que a
partir de ahora ese terreno sea reconocido como una propiedad del Señor Togen.
Un
murmullo recorrió la sala de parte a parte. Todo el mundo estaba satisfecho con
la decisión. Togen lanzó el puño al aire en señal de triunfo, se volvió hacia
Truden y le mandó una sonrisa triunfal, pero en lugar de regodearse de su
colega, se marchó de la sala en silencio. Truden también se fue, pero no sin
antes lanzar una dura mirada a su rey.
— Has
estado muy bien —Ly se había acercado para felicitarlo.
—
Gracias —Rasllew sonrió a su escudero.
El
medio día llegó anunciado por las campanas del castillo. Rasllew estaba
hambriento, de modo que se fue, junto con su mujer y el resto de autoridades de
la sala, al comedor real. Allí los esperaba una copiosa y deliciosa comida. Dieron
cuenta de ella y descansaron un par de horas. Rasllew y Zaluka decidieron que
irían a buscar a su hijo a la salida de la escuela. Estaban preocupados por el
pequeño y sabían que eso lo alegraba.
Salieron
del castillo con mucha antelación. Caminaban distraídamente, cogidos de la
mano, por las calles de tierra. Las gentes de Bastur no se sorprendían al
verlos, más bien estaban acostumbrados. Desde un primer momento, el rey dejó
claro que no quería una guardia personal ya que vivían tiempos de paz. No había
sufrido tanto por destruir el mal, para luego tener que ser vigilado
constantemente en su propia ciudad.
Durante
el camino, tanto el uno como el otro, se detuvieron a hablar con algunas de las
personas con las que se cruzaron. Zaluka habló con una de sus mejores amigas a
lo largo de tanto tiempo, que el propio Rasllew tuvo que detener la
conversación y llevarse a su mujer casi a rastras para no llegar tarde.
Se
encontraron ante la puerta de la escuela cuando los primeros niños hacían su
salida, muchos de ellos eran lo suficientemente mayores como para volver solos
a sus casas, pero un grupo de padres y madres esperaban a los que no lo eran.
Entre ese numeroso grupo, Rasllew distinguió al guardia personal de su hijo.
Era un
hombre moreno de unos treinta y pocos años, cejijunto y con cara de pocos
amigos. Una tupida barba, en la que se empezaban a distiguir canas, le recubría
la cara. Se llamaba Geido.
Rasllew
se acercó a él sin soltar la mano de su esposa y dijo con toda naturalidad:
— Ya
puedes marcharte Geido, yo me ocupo de mi hijo.
El
hombre lo miró con cara de no haberlo entendido.
—
Iriogero quiere que proteja la vida del príncipe en todo momento —dijo sin más
y se volvió hacia la puerta para comprobar si Iriorasllew había salido de la
escuela.
Para
Geido aquello no era una insubordinación, para aquel hombre de cortas miras
aquello simplemente era su realidad. A él le habían encargado velar por el
pequeño y eso iba a hacer.
El rey
clavó en él una mirada furiosa, pero Geido no se enteró o no se quiso enterar.
Rasllew sabía porque Iriogero había puesto a ese hombre concretamente a
custodiar a su hijo. Era tan corto de entendederas y tan ajeno a su alrededor,
que era imposible que tuviese un encontronazo con el chiquillo.
Ya
habían tenido una discusión similar a esa otras veces. Desde que Rasllew
decidió que participaría más activamente en la educación de su hijo, había
tenido que hablar varias veces con Geido para disuadir su intención de
acompañarlos.
— Y yo
te digo que no precisaremos de tus servicios hasta mañana. Y yo mando más que
Iriogero.
Geido
arqueó una ceja, como si lo que le acaban de decir lo escandalizara
ligeramente. Acto seguido dio media vuelta y se alejó sin mudar la expresión.
Rasllew contemplaba sus extraños andares mientras pensaba en lo peculiar que
era aquel hombre.
—
¡Papá! —exclamó Iriorasllew mientras le abrazaba—. Que bien que hayas venido.
La
alegría se reflejó en el rostro del rey. Sin apenas esfuerzo, agarró a su hijo
por debajo de las axilas y lo alzó en el aire.
— Dame
un beso.
El niño
se volcó hacia delante y le dio un sonoro y baboso beso en la mejilla. Rasllew
le devolvió el beso, lo dejó en el suelo y se limpió la mejilla disimuladamente
con el antebrazo. Una vez en el suelo, el pequeño se volvió y vio a su madre.
—
¡Mamá! —corrió a los brazos de su madre.
Ella
también lo agarró y lo levantó hasta tenerlo a la altura de su pecho, una vez
allí, apoyó la cabeza de su hijo contra ella mientras decía:
— Mi
niño.
Zaluka
mecía a Iriorasllew mientras le frotaba la espalda con la palma de la mano. A
solo unos pasos, Rasllew contemplaba la escena de su mujer y su hijo, ambos con
unas blancas alas a la espalda, y sospechó porque su hijo se comportaba de una
forma tan extraña, estaba demasiado mimado.
Rasllew
se incorporó en la cama. Unos precipitados pasos habían roto la quietud de la
noche. Alguien se acercaba por el alfombrado pasillo. Una vez que ese alguien
estuvo a la altura de la puerta que daba entrada a los aposentos del rey, giró
la manivela con mano temblorosa. La cerradura cedió y la puerta se abrió con
estrépito. Aquello sobresaltó tanto al rey como a la reina.
Rasllew
dio un salto y, con reflejos felinos, sacó su espada del escondrijo donde la
guardaba. La imagen del rey, desnudo y adormilado, resultaba cómica. Lo que no
era tan cómico era el problema que se encontraron a continuación.
Bajo el
marco de la puerta se encontraba Iriorasllew con una cara que su padre ya había
visto antes, una cara que Rasllew esperaba no volver a ver jamás en su vida.
Era el rostro de alguien muerto de miedo.
El
pequeño se había meado encima pero al parecer no se había dado ni cuenta, por
que corrió hasta su padre y se agarró a su pierna con todas sus fuerzas
mientras repetía una y otra vez:
— Me
come la oscuridad.